El Báltico

Ahora mismo escribo desde el vagón de un tren polaco, con unas 19 horas de viaje, y solo unas tres horas de mal sueño. Esta semana ha sido de relax y de descubrimientos, concretamente de explorar el Báltico y sus tres países shashis: Lituania, Letonia y Estonia.

Nuestra primera parada fue Varsovia gracias a Ryanair. Vimos un poco la ciudad de noche y a las 21.30 nos metimos en un autobús que nos dejó en Vilna a las 8.

 
Vilna

Vilna nos enamoró. Además que tuvimos la suerte de disfrutar del sol mientras subíamos a su torre o paseábamos haciendo el free tour. Y albergues con olores algo extraños pero baratos, y comida típica lituana que consiste en patatas rellenas de carne bastante deliciosas. Y entrar en el barrio independiente de Uzupio con su buen rollo, sus esculturas shashis y su constitución y querer vivir allí. Ah, y la calle de los literatos. Una ciudad que merece la pena.


Pero no te da tiempo a acomodarte cuando te pones en marcha y te montas en otro bus camino a Riga. Y llegas a Riga y las gaviotas te dan por saco todo el día. Y te timan en el albergue y te llevan a un medio suburbio, casa de yonkis. Después del nervio, de pelearnos con la del albergue y no lograr nada, huimos al mejor apartamento que podríamos haber ido y por casi el mismo precio. Una delicia y una comodidad. Pero Riga nos dejó mucho que desear no solo por los problemas de acomodación, sino por su free tour basado en el mercado y el edificio soviético. Menos mal que teníamos apuntado las claves de la ciudad y pudimos explorarla el resto del día. Lo que salvó esta etapa fue encontrar una tienda de ropa de segunda donde lo más caro estaba a 1.99€. Lo cateto me puede así que venga kitsch y venga chaqueta de pseudo-serpiente en colorao y camisa de granny.

 
Riga

Y sin ganas ni de acomodarnos ni de seguir allí con el puñetero canto de los pájaros, nos fuimos a Tallin. Y creo que no miento si digo que todos terminamos enamorados de esta ciudad. Medieval, con rollito y dicen que es la nueva Berlín. Aunque claro, el tiempo y ese frío húmedo no ayudan en nada. En Tallin el hostel era acogedor a la par que cutre, lo que tiene su encanto. El free tour no es nada del otro mundo, además que merece la pena perderse, literalmente, por las calles medievales. La gente suele ser simpática aunque, como en todos sitios, te sueles encontrar con malages que te dicen que no hay pan para tu sopa medieval "por que no quiero dártelo".

 
Tallin

Y concluimos nuestro #baltictrip con la visita a la playa y con la semana de la música de Tallin en el barrio de artistas de la ciudad. La playa del Báltico nos cargó las pilas, sólo tenéis que imaginar a cuatro chicas del sur de Europa corriendo y gritando hacia el mar, con nuestros abrigos,gorros,guantes y demás. Podíamos y necesitábamos sentir la energía del mar. Lo más curioso, además de lo fresca que estaba el agua, era que había patos y cisnes en la playa. Genial.

Y el colofón del concierto en Tallin. Para mi, que no he pisado Berlín ni ninguna ciudad con rollito más allá de la Alameda de Sevilla y el Trastevere romano, fue lo más. El barrio era pura inspiración: esculturas por las esquinas, pegatinas en las farolas, carteles de eventos culturales, una nave convertida en un restaurante convertido en una sala de conciertos, gente con rollo, abrigos de pelo con zapatillas, y peliteñidos shashis. Una noche de bailes, risas y cervezas para recordar.

Mar Báltico

Y no paro, ni me paran. El tiempo pasa volando, literalmente. Y mañana viene mi familia casi al completo a visitarme, aunque realmente es una excusa para viajar e ir a Praga. Estoy tan nerviosa que me cuesta dormir, y eso que necesito urgentemente descansar para poder estar al 100% esta semana. Es curioso como, en los días que llevo aquí, he echado mucho de menos a mi familia y amigos, pero no tenía la sensación que tengo ahora de necesidad de verlos, tocarlos, olerlos y abrazarlos. Desde que sé que vienen, tengo ese impulso de quererlos aún más. Quizá sea el frío de estas tierras, que necesito el calor del sur para que me brillen más aún los ojos.



Un besi en la fiente.

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