Lloro

Esta semana ha tenido de todo. Empecemos por el principio.

Los primeros días el agobio casi puede conmigo. Y los días nublados no ayudan. A veces se me olvida que tengo que parar, respirar y dios dirá que pasa. El caso, que el TFG sigue comiéndome la cabeza. Y los trabajos de la uni, con su pinta y colorea, me hacen preguntarme si estoy en publi o magisterio.

Entonces fue el cumple de mi hermana, y ella abrió mi cartita cumpleañera y a mí me llegó un paquete de Sevilla. Cuando fui a recogerlo mi querido señor de recepción me lo dio con un "maria yosefina" polaco la mar de gracioso.



Mientras iba a mi habita la sonrisa que tenía era chica. Me grabé este unboxing, porque ya soy toda una vlogger. Y abrí ese paquetón que tenía un kit de supervivencia a pruebas de días grises polacos: jamón, caña de lomo, fuet, mojama, una horda de tomate frito de Mercadona, mi chaqueta vaquera, un número de Tentaciones de El País, picos, una botella de manzanilla. A esto añádele una botella de vino de naranja, cortesía de mis Moas y con una carta-poema de aderezo.

Mi cara abriendo esa carta ha sido un poema, nunca mejor dicho. Muchas gracias tesoros míos, sois y seréis. Sin añadidos ni aditivos, porque ya sabemos qué pasa con las amigas de la uni. Os quiero.

Y también quiero agradecer a mis padres, que conste. Que el resto de productos made in Spain además de esperados y valorados, serán devorados con mucho amor.

En resumen, esa botellita de mis moas se ventiló en dos días. Nunca el vino de naranja me ha sabido tan bien.

El miércoles salimos a kalambur, como de costumbre, con su gente rara y sus cervecitas. Pero no hubo mucho relío porque el jueves por la mañana nos esperaba un bus de 7 horitas.

El jueves nos fuimos a Zakopane, un pueblo en mitad de las montañas polacas. En Zakopane la madera manda, son artesanos y todo está hecho de madera, pa mearse. Al llegar, nuestro hostel estaba perdido de la mano de la mano de dios, justo al pie de una de las colinas/montañita más famosa de ahí. Al llegar vimos el pueblo, andando cómo no, y poco más.

El viernes subimos a la montañita en cuestión. Y como nosotras somos así (en este viaje solo fuimos las chicas del grupo), decidimos subir al Gubałówka por un camino de cabras. Literalmente. Seguimos a un rebaño de cabras que iban por un sendero, al principio normalito, pero que luego resultó ser el camino de una rota mountain bike. Pues claro, al llegar a la cima casi nos da un jama. Resulta que ese monte, como casi todo en Zakopane, está preparado para la temporada de invierno. Así que subimos con un teleférico sobre nuestras cabezas.


Recorrimos toda la cima del monte hasta llegar al final, donde está la zona más turística con sus puestecillos, sus merenderos y sus bares. Muertas como estábamos, nos quedamos frente al Tatra dos horitas degustando los sabrosos bocadillos que compramos.

Al día siguiente nos levantamos temprano para ir a ver Morskie Oko, un lago entre el Tatra que todo el mundo dice que merece la pena. Cogimos un bus en el centro que, tras unos minutos nos dejó en el parque natural del Tatra. De ahí, andamos unas 2 horas hasta llegar al laguito. De nuevo, el caminito al principio parecía cómodo, pero hubo un tramito de escaleras de piedra que telita. Ni en el camino he sufrido tanto.


Todo ese sufrimiento mereció la pena, porque ver de repente ese lago al pie de las montañas nevadas es un escándalo. Rodeamos el Morskie Oko e hicimos un picnic sentadas a su orilla, con las montañas de fondo y la naturaleza al rededor. Una experiencia increíble.


Después de tanto senderismo y tanta vida sana, hemos llegado a Wroclaw a las 20.30 que parece que nos han dado una paliza. Y con muchas fotos de perfil. Y con un cuadro de recuerdo. Y yogurt y cerveza.


Al fin y al cabo, la vida es chula.

Besis en la fiente.

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